Más premios, mejores notas. Estandarizando el demérito.
Me gusta cuando mi hijo Pablo me enseña su colección de medallas. Medallas de fútbol, rugby y ajedrez que están colgadas en un perchero infantil de la pared de su cuarto. Me gusta ver las medallas de gimnasia rítmica y de patinaje de mi hija Helena. Me gusta ver las de pádel de mi hijo Bruno. Muchas medallas.
Pero siempre que las veo pienso: ¿cómo tienen tantas medallas si realmente, como casi todos los niños, no son de los mejores en ningún deporte?
Antes no teníamos tantas medallas, más bien ninguna. Era algo especial, casi raro. Seguro que hicimos muchas cosas mal, pero la gratificación instantánea, apresurada y para todos, no es la solución a los problemas que hemos tenido en nuestra infancia o en nuestra vida adulta.
La gratificación instantánea, apresurada y para todos, no es la solución a los problemas.
Hay una deriva hacia el infierno de lo igual. Todo el mundo tiene medallas, todo el mundo colecciona elogios, las notas son cada vez más altas… Entonces ¿cómo saber en lo que destacas? ¿cómo incentivar la superación personal?
Millones de personas luchan y se esfuerzan, pero pocos destacan o tienen la suerte de tener mucho éxito en alguna faceta de su vida. Quizás deberíamos prepararnos pronto para eso.
Muchas derrotas y aún más victorias han dejado cicatrices, las medallas deben oler a sudor, pero ahora solo huelen a producción en masa. Cuando se entrega una medalla debe sonar música épica, no los cantajuegos.
Todo el mundo aprueba, todo el mundo gana premios. No entrenamos a nuestros hijos en la derrota, pero sabemos que las derrotas llegarán de diversas maneras durante sus vidas. En ese contexto no tendrán herramientas para gestionarlas y cuando lleguen tenderán a evadirse, deprimirse y escapar.
Son las personas las que huyen del esfuerzo y el sacrificio. Son las personas las que huyen de la dignidad y el aprendizaje de la derrota. Son las medallas de nuestros hijos.